El boton de nacar


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Don Emilio

Don Emilio, el mèdico de los pobres y humildes en el Albayzin de los sesenta

En el Albayzín de los años 60 del siglo pasado, en materia sanitaria las cosas eran muy distintas de lo que son hoy día, los remedios caseros, mejunjes y las más o menos inauditas soluciones en los distintos males que aquejaban a la gente estaban a la orden del día, siempre que la cosa no fuese muy grave.

La carencia de seguro de enfermedad de parte de la población dejaba a este paisanaje desprotegido ante cualquier contingencia de ámbito sanitario, naturalmente que había hospitales, que había médicos buenos, abnegados y altruistas que aunque eran de pago mitigaron en gran parte las carencias de un barrio eminentemente pobre. Para ellos, fieles a su juramento hipocrático cualquier vida humana era preciosa. La verdadera dimensión de un genuino ser humano la da su sencillez y humildad que son pilares de la sabiduría y este cóctel engrandece a la persona ante los ojos del mundo.

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La casa donde se desarrollo la historieta del » boton de nacar»

 

Esta narración es un pequeño botón de muestra que muestra a modo de pincelada, como se actuaba ante cualquier problema de salud, yo doy fe de la veracidad de esta historia que por más lela y absurda que fue no tuvo otra finalidad que aliviar el malestar de un ser querido.

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José Marín Fernández y María Gómez Franco; tios de Jesus Expósito

 

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Escaleras interiores de la casa de calle Gumiel de San Jose

Aquella mañana hubiera sido como cualquier otra, el radio casete tenía puesta una cinta de Jorge Negrete y sonaba aquella canción que decía; “estas son las mañanitas que cantaba el rey David, hoy por ser día de tu santo te las cantamos a ti “. Mi tía María había ido a por leche para el desayuno, mi madre estaba levantando a mis hermanos pequeños y mi padre pues no se donde estaba para que voy a engañaros. Los niños estábamos preparando las cosas para el colegio cuando mi tío Pepico, el semanero del Albayzín le dijo a mi madre, Conchi, mira a ver lo que tengo en este ojo que me molesta muchísimo, mi madre después de dar un vistazo al ojo y no ver nada contestó, pues yo no veo nada, a lo que espetó mi tío pues a mi me está haciendo la puñeta. A esto que llego mi tía con la leche para el desayuno, y mi madre le dijo, mira a ver a mi hermano que se le ha metido algo en un ojo y no le deja vivir, mi tía contestó como era ella, “Pepito ven para acá que en dos soplidos te voy a dejar como nuevo”, a estas alturas mi tío tenía el ojo como una berenjena de tanto restregarse.

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De izquierda a derecha: Francisca Marín Fernández,María Gómez Franco, Jesús Expósito Marín y José Marín Fernández

Después de mirarle el ojo y soplarle siete u ocho veces Pepito tenía el ojo cada vez peor, y dispuesta a aliviar a su marido a toda costa le dijo a este, “tu no te preocupes que esto lo arreglo yo en un periquete» y se fue diligente al cajón de la costura y cogió un pequeño botón de nácar de los que tenían ellas para los puños de las camisas, y le dijo a su marido “anda Pepito métetelo en el ojo y veras como sale la miguilla que tengas», cuando mi tío comprendió lo que le había dicho, dio un fuerte respingo y alejándose con los brazos extendidos le dijo “pero tu estás loca has perdido las pocas luces que te quedan», a lo que ella replicó segura de sí misma, que lo había experimentado cuando vivía en el Tocón de Quéntar y había resultado perfectamente. El objeto extraño se alojaba en uno de los diminutos agujeros del botón de nácar como por arte de magia y después salía por el lagrimal por arte de birlibirloque, a estas alturas  mi tío se veía con un parche en el ojo y éste perdido para siempre. Víctima de la desesperación y como queriendo hacer que desapareciera todo de un plumazo cogió el botón y lo introdujo en su ojo izquierdo, pasaron unos minutos y el ojo estaba muy perjudicado y del botón ni rastro, empezó a ponerse nervioso, un sudor frío pobló su frente y no hacía otra cosa que pasarse las manos por la nuca al tiempo que se sentaba y levantaba del sillón como un autómata para luego medir a grandes zancadas el largo de la habitación.

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Los padres de Jesús Expósito; Jesús Expósito Martinez y Concepción Marín Fernández

Mi tía al verlo también empezó a ponerse nerviosa  pues ella había sido la inductora de aquella extraña maniobra y temía ser blanco de sus iras. Mi tío empezó a largar, quien me mandaría a mi hacerte caso, como me pase algo te vas a enterar, mira que si se me pasa el botón al cerebro y me deja hecho un vegetal, se había metido en un túnel y no divisaba salida, exclamaba, no te doy una paliza porque apenas puedo verte, pasaron unos minutos más y aquello se convirtió en un verdadero drama.

Mi tía lloraba, los niños lloraban  y los vecinos asustados por la algarabía no hacían otra cosa que llamar a la puerta para ponerse a disposición de la familia para lo que hubiera menester, Pepico no hacía más que repetir histérico “quién me mandaría a mi hacerte caso, quién me mandaría a mí hacerte caso», a lo que ella respondía, “pero sí es un método probado” a lo que el replicaba “sí en las muñecas de Famosa». Conforme el tiempo transcurría el tono de voz se fue elevando y todos estaban congregados en mi casa, incluso las clientas de una peluquería que había en la escalera de enfrente. Entre todos determinaron llevar a mi tío al hospital más cercano, una cosa inexplicable para mi fue la sonrisa solapada de algunos vecinos, nunca me lo pude explicar.

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Concepción Marín Fernández

Mientras mi tío se acicalaba y mi tía se vestía para la ocasión en un movimiento brusco al atarse los zapatos del maltrecho ojo izquierdo del individuo agobiado, se desprendió un pequeño botón de nácar con algo negro alojado en uno de sus diminutos agujeros. Fue como si todo el peso del mundo desapareciera en un instante, dando un suspiro, se quedó muy quieto en el sillón como el obrero que vuelve a casa después de un extenuante día de duro trabajo. A partir de ahí todo se fue calmando, los vecinos se fueron marchando cada cual a su casa, nadie osaría por un tiempo al menos referirse en tono jocoso a aquel incidente, aunque con el paso del tiempo fue objeto de burlas y chanzas, la mañana culminó con un platillo de higos chumbos y un cuartillo de aguardiente para los adultos.

Mi tío no fue a cobrar por el soponcio y el ojo aún muy averiado, y mi tía estuvo todo el día más cariñosa que nunca, en fin amigos aunque esta historia es verdadera y tiene un final feliz por favor no la repitáis nunca en casa, nos haréis un inmenso favor.

 

 

Postdata: cuando llegó mi padre y se enteró de lo ocurrido comentó a mi tío “Compadre para habernos lisiao, casi nos cuesta un disgusto».

Jesús Expósito Marín

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Una respuesta a El boton de nacar

  1. Juan Angel dijo:

    Me encanta ver cosas historicas del historico barrio del Albaicin, Hace unos dias subi dando un paseo y difrutaba viendo las calles estrechas que hace mas de 50 años subia para recrearme en viejo barrio. Doy grcisa a la direccion de esta historica pagina del Albaicin por enviarnos esta historia. Saludos a todos. Atte. Juan Angel.-

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