Carmen albayzinero


Espacio cerrado al exterior, cercado con tapias blanqueadas y con vegetación frondosa. Así son los cármenes que en Granada se asientan sobre las colinas del Albayzín y del Realejo. La etimología sitúa su origen en época nazarí procedente de la voz arábigo-hispana karm, cuyo significado es viña. El Carmen siempre conjugó zonas de jardín y de huerto en las que las fuentes tranquilas y las albercas encontraban necesario acomodo. El carmen primero andalusí y luego morisco representó todo un tratado de aprovechamiento ecológico. En sus arriates se solía plantar romero, suponía esta hierba leñosa un insecticida natural, que junto a las macetas de albahaca y el limonero ponían freno a los mosquitos, el azulillo de zócalos y tiestos de macetas por su composición química también ayudaba al propósito de repeler los insectos, en todos los cármenes o patios había una fuente o un pozo y muy cerca de ésta dejaba su sombra un granado, un acerolo o un almezo. Y en todo el conjunto no hay nada que resulte baladí, nada resulta espurio en la perfecta combinación de la vegetación que se halla en un carmen morisco. El peculiar fruto de los árboles alimenta a los pájaros y evita de paso que acechen otras plantas y el huerto, beben del agua de la fuente y además aportan su canto y su trino a la tranquilidad sonora del ambiente. Se ahuyenta lo ingrato y se atrae lo beneficioso, ese es el equilibro de la naturaleza que un carmen no solo se respeta, sino que además es su filosofía e inspiración porque la muerte de animales no se contempla como una solución sino como problema. Quien cuida el carmen maneja con esmero las claves del equilibrio sereno que le confieren belleza tranquilidad remansada y armonía.

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